La despedida de los Kelabit y Bario Asal Longhouse

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Éste va a ser mi último post sobre Malasia, finalizando con las Kelabit Highlands y cerrando con mis amigas Jane y Supang.

Mis días allí habían sido estupendos: nunca pude estar lo suficientemente agradecida a aquellos desconocidos que me llevaron del aeropuerto a la longhouse en su coche el primer día, ya que había sido el lugar perfecto para estar.

Bulan estaba muy ocupada porque tenía bastantes huéspedes y su marido Billy los llevaba a todas partes, mientras ella se encargaba de lo tocante a la casa. Su negocio se basaba mucho en el boca a boca y sus visitantes eran sobre todo médicos que venían por aquella zona. Así que Bulan, que era excelente cocinera, dejó de cocinar para los que nos quedábamos en casa de Supang, y nos apañamos por nuestra cuenta con ella. Supang no tenía el negocio ni las tablas que tenía Bulan, todavía. Su homestay servía para lo que a su prima le sobraba. Así que decidimos que teníamos que cambiar eso. Sobre todo, porque aquello formaba parte del sueño de Jane: tener un homestay como dios manda, asociada con su prima Supang.

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Yo trabajo como videógrafa y fotógrafa, y uno de mis objetivos era ayudar a quien necesitase verdaderamente de mis servicios. Da la casualidad que también conozco cómo funcionan los portales de reservas online porque trabajo para uno de ellos, así que Supang, que ya os dije que desde el principio me consideró como su sobrina, fue la mujer más feliz del mundo cuando le dije que le iba a ayudar y a abrir un perfil online para su alojamiento. Y que, además, iba a tener fotos profesionales de todas las habitaciones. Y eso hice. En un día les dije que adecentasen aquello un poco más fotogénicamente (y, aún así, que fuese real) y me dediqué a inmortalizar cada recoveco de su casa. Visitando un par de veces con Jane el punto de internet del pueblo, les abrí una dirección de email del homestay, y un perfil en una conocida página de reservas de hoteles. ¡Estaban súper agradecidas!, y yo feliz. A día de hoy, un año después, muchos más turistas acuden a la Longhouse Bario Asal, la casita de mis queridas amigas, gracias a esta acción. Les funciona. Les da de comer. Tienen estupendos comentarios, y ahora ya tienen muchas fotos subidas que no son mías (las más curradas y los retratos de Supang ya sabéis quién las hizo). Es Jane quien se encarga de llevar las reservas. Y yo me siento orgullosa. Mucho.

Así que aquí lo tenéis; si vais y las conocéis, por favor, decidles que su amiga Bea les manda muchos abrazos: Bario Asal Longhouse

51970CC6-D424-4B3F-B83C-A6612F8C591DY es que Supang se había ganado el título de tía adoptiva; ya os dije que me recordaba mucho a la hermana de mi abuela, porque su carácter era tan alegre que me daban ganas de achucharla continuamente. Recuerdo ponerme a tocar la guitarra de Billy en el corredor, y venir ella y decirme: “Enséñame”, con esa sonrisa guasona, que no pude por menos que enseñarle cuatro acordes (que ella decía conocer de antemano). Supang era muy musical: era bailarina. Una de las últimas mujeres auténticas con orejas dilatadas que conocía los bailes tradicionales de los Kelabit. Había viajado incluso a Europa con su grupo de baile para participar en algún encuentro etnográfico donde los habían invitado para mostrar sus bailes al mundo. Y a mí también me los enseñó, aunque la pobre no se encontraba muy cómoda haciéndolo sin la música. Se vistió una noche con el vestido tradicional completo y nos hizo una demostración (aquí veis a su grupo en la longhouse). Alice (una de las personas más entusiastas -por todo- que he conocido en mi vida) y su amigo lo disfrutaron tanto como yo. Después nos dejó enredar un poco con la ropa tradicional que tenían por allí, como un sombrero con plumas y un cuchillo que eran para hombre (y que yo, por supuesto, me puse). Pero a mí me vistió ella misma como tenía que ser: con el de mujer, con falda y con el cubrecabezas tradicional ajustado hecho por ella, y me regaló un collar que también había hecho ella, orgullosa de mi adoptiva sangre Kelabit. No olvidaré todos sus gestos y su carácter, lo echada “p’adelante” que era, su risa, las veces que la acompañé en bicicleta al mercado, y lo orgullosa que estaba de sus tradiciones y de haber cruzado el charco, como quien dice, para bailar y ser fotografiada, como si fuera la Lollobrigida.

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¿Y qué decir de Jane? Fue la mejor compañía que habría podido desear; el hecho de que me hubiese acompañado a tantos lugares por voluntad propia, presentado a tanta gente, confiado tantos pensamientos, sentimientos, proyectos y anhelos, abierto a mí y hecho sentir tan cómoda y feliz en Bario, para mi no tiene precio. Espero que, si algún día vuelvo por allí, todos sus objetivos se hayan hecho realidad. Lo merece. Es una mujer estupenda.

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Y, así, llegó el momento de irme. En mi último día visitamos el mercado, en la plaza principal junto al museo, donde el grupo de mujeres vendía collares (no tan bonitos como los que hacía Supang) y las barras de sal de los pozos famosos de su región, entre otras cosas. Me despedí de ellas, con tristeza. Ya conocía a tanta gente del pueblo… Y también tuve que decir adiós a Jane y Supang. Ella me dijo que no olvidase a mi tiíta, y que volviese a visitarla algún día. Billy me llevó al aeropuerto; él y Bulan también se habían portado muy bien conmigo. Y allí me despedí de Joy y me tomé algo en su bar. Así cerraba el círculo: ella fue mi primer y mi último contacto en las Kelabit Highlands. Me dio piña. Allí son famosos por esta fruta, y la había comido muchas veces, también porque Bulan la cultivaba en casa; pero la que Joy me dio como despedida fue, sin duda, la mejor piña que he comido en mi vida.

En el diminuto aeropuerto había otra anciana de orejas largas con la que me hice una foto, y Florence, la policía de seguridad, entabló larga conversación conmigo mientras esperábamos. Fue un placer hablar con ella, una mujer bastante distinta a las demás. Y así, feliz de haber decidido por una corazonada que iba a estar una semana en aquel lugar remoto, me monté en aquel avión de 15 personas que me llevaría de vuelta a la civilización. Si me preguntan cuál es mi lugar preferido de Malasia, no tengo duda: los Kelabit son, como su fama bien indica, unos anfitriones de primera.

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Mi avión no fue directo a Miri, sino que hice escala en Marudi, donde me di una vuelta bajo un sol abrasador y comí. No me gustó nada el sitio. Miri tampoco me agradó mucho, corroboró lo que Fifí nos había contado sobre dicha ciudad: negocios, lugar de paso, estética muy mejorable, consumismo. Lo más útil que hice fue mandarle las llaves del Airbnb que me había llevado sin querer a mi anfitriona filipina de Brunei. La chica del hotel iba a hacerlo por mí; le dejé dinero, ya que la oficina de correos estaba cerrada y yo… al día siguiente iba a abandonar Borneo, y Malasia, para conocer el país que más me ha conquistado en mi gran viaje: Indonesia.

Fotos de Mandarinaparlante.

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