Los trekkings desde Bario

69BFD9FA-249F-4E7F-B82F-445E21A60143Desde Bario se pueden hacer varios trekkings, y yo quería. Costó bastante organizarlo. Lo que había leído en otros blogs no era la realidad: Bario está muy lejos de estar bien organizado para turistas. No abundan los guías. De hecho, solo  sabíamos de uno, y costó mucho encontrarlo. Los Kelabit se comunicaban con walkie talkies (ya os comenté la ausencia de teléfono) y Bulan había hecho un llamado a un tal Jason (si no recuerdo mal su nombre) pero había costado Dios y ayuda dar con él, y que se presentase cuando se tenía que presentar.

Mientras tanto, una nueva amiguita había llegado a la Longhouse de Bario: Alice, una jovencita inglesa la mar de entusiasta y alegre. Se quedaba también en casa de Supang y esperaba la llegada de un amigo suyo que también viajaba por Borneo. Así que la inlcuimos en nuestra vida. Con ella recuerdo entrar en la homestay de Sina Rang, que estaba en la misma longhouse que nosotros, y que tenía bastante éxito, ya que estaba online y la dirigía alguien de sus hijos desde fuera de Bario. Sina era una mujer muy elegante, con su collar de perlas y su sombrerito, impecable a todas partes. Tenía una casa muy “cuqui” y se lo había montado bien. Y esto me dio la idea de ayudar a Jane y a Supang, y os lo contaré después.

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Con Alice fui un día a la Prayer Mountain, con una chica que encontramos (la hija de nosequién y su hermanito, una chavala a la que nos enviaron y que prácticamente la sacamos de su casa en pijama porque queríamos que nos acompañase alguien). Al monte se tarda hora y pico en subir, y la subida es muy empinada, a veces hay que trepar agarrándose a cuerdas, pero las vistas desde arriba (donde hay una cruz), de todo el valle de Bario, son impresionantes.

Pero en fin, lo que yo quería contaros es nuestra salida hacia Pa Lungan. Jane se apuntó a venir conmigo (ante la sorpresa de su hermana), lo cual me alegró un montón, porque así no iría sola con el guía. El tal Jason iba machete en mano, ya que el camino era pura jungla y había que ir abriéndose camino con él. Os pensaréis que esto es una atracción turística, pero estáis muy equivocados: no hay un camino decente entre Bario y Pa Lungan. Si la gente quiere ir hasta allí, suerte en ir con coche: muy posiblemente haya o agua, o barro, o imposibilidad por otras causas de llegar hasta allí.

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Nosotros empezamos a la mañana y pasamos por algún pueblo de camino, tipo Pa Ukat, creo recordar. Nos esperaban unas cuatro horas de camino, que no era muy difícil, pero de alguna forma era cansado, sobre todo por la cantidad de sanguijuelas que había. Nuestro guía tuvo que quitarme varias de la pierna, porque a mí me daba mucho asco, y sí que se metían con facilidad aunque una llevase los calcetines por encima de los pantalones. A todo esto, una vez que tuvimos que pasar un río por un puente hecho con un tronco, al pisar por donde había pasado él, se desniveló y me caí al agua, sujetándome como pude, medio cuerpo fuera y medio dentro, hasta que Jason tiró de mí, y haciéndome un desgarrón en la camiseta y un arañazo en el pecho, con algún tipo de saliente o clavo del tronco. No me hizo ninguna gracia y, después de un tiempo por la jungla a machetazo limpio, nos salimos al camino normal (sin asfaltar, claro) que separaba las localidades.

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En Pa Lungan abundaban los campus de arroz, y nos esperaban en una casa de un amigo del guía. Su mujer me vio hecha una piltrafa y me regaló unas bragas rosa fucsia para que me cambiase. Aún las conservo. Nos dieron un tentempié hasta la hora de la cena. Teníamos toda la tarde para descansar, y darnos una vuelta por el pueblo. Jason me sorprendió porque me cosió el enganchón de la camiseta en un pispás, y eso es porque estaba solo con tres hijas, así que uno aprende, a la fuerza, a hacer de todo.

Jane estaba en su salsa. Conversaba con el propietario de la casa, miraba por la ventana y se maravillaba de la paz y de la tranquilidad del lugar, en el medio de la nada. Todo verde, todo tranquilo. Veíamos salir y entrar a las hijas y al nieto del señor, en aquella modesta casita de madera. Después fuimos a ver los megalitos de la zona, el Batu Ritung, y creo que también más pedruscos, el Perupun Rayeh. Ha pasado más de un año desde que estuve allí, con lo cual no me acuerdo de la historia de estos lugares, pero sí que la gente era enterrada allí y que robar riquezas de las tumbas traía muy mala suerte. Pa Lungan es famoso por su producción de arroz, y allí podían verse los búfalos trabajando e incluso una fábrica de algo que no recuerdo, pero sé que entramos Jane y yo a la pequeña habitación-fábrica donde hacían algo químico (fatal, mi memoria, lo siento). Después de la cena nos sentamos en el suelo de la casa a ver la televisión. Yo no entendía nada, pero tampoco intenté entablar conversación porque Jane estaba muy a gusto hablando con nuestro anfitrión en su idioma. Así que así terminamos el día. Y, obviamente, la noche fue ruidosa, con perros por doquier, niño pequeño llorando y gallos madrugadores.

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Volver a Bario al día siguiente me demostró lo que os contaba antes: la imposibilidad de hacer esos trayectos en coche, la manera de vivir tan rudimentaria de los Kelabit, el tener un propósito para salir de casa y dirigirse al pueblo “de al lado”. Si hubiera llovido un poco más, no habríamos sido capaces de cruzar la carretera, puesto que el camino se habría inundado demasiado.

Con Jane realicé más salidas, por los alrededores de Bario. También vino Alice cuando fuimos a Pa Umor y conocimos a los habitantes de la longhouse de allí (y a su jefe), y una mujer que Jane conocía nos llevó a ver más megalitos, escondidos en el medio del campo, pasando por sus fincas de recolección de sembrado. Fue muy interesante (llamemos a esta mujer Ursula) cómo ella nos mostraba sus tierras y de dónde sacaba los alimentos, y el trabajo que aquello requería. Una suerte inmensa, que Jane la conociera y nos lo hubiera podido enseñar. No quiero imaginarme a unos turistas yendo solos allí, en caso de no interactuar con nadie.

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Ir con Jane fue lo mejor que me había podido pasar. Todos la conocían, aunque a veces tenía que presentarse y contar que había vuelto a Bario, jubilada, a empezar una nueva vida. Para ella era como retomar contacto y hacer un reconocimiento del terreno, y me alegré de que lo hiciese conmigo, de que yo pudiera presenciar la vuelta a casa de esta mujer.

A Alice se le fastidió la bicicleta en el medio del camino cuando veníamos de ver un puente colgante y paramos a saludar a Joy y tomarnos algo en su bar, y conseguimos que un coche parase y la llevase a ella y a la bici a casa. Pero Jane y yo seguimos, y me llevó a otra longhouse en otro pueblecito cercano cuyo nombre no recuerdo, donde también tuvimos palique con sus habitantes, que en el fondo, sabían quién era Jane y ella quién eran ellos. No podré nunca olvidar con qué facilidad nos recibían en sus casas, nos las enseñaban, entablaban conversación con nosotras. Y a su vez, cómo Jane iba cogiendo fuerza, reconociendo bien el territorio que una vez olvidó.

En el fondo me parecía que estaba yo también en casa, por muy distinto que fuera aquello del pueblo de mis abuelos, la forma de relacionarse, el “vamos de visita” me parecía igual.

Se pueden hacer más trekkings, y más largos, desde Bario, incluso ir a unos pozos de sal (otro producto autóctono de los Kelabit), pero yo ya había hecho mucho. Me iba a dar mucha pena irme, y lo único que me dejo para el siguiente post será hablar por última vez de Supang y de Jane, y de la idea que tuvimos juntas.

Fotos de Mandarinaparlante.

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