Kelabit Highlands: de los Kelabit y mi llegada

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Y aquí llegamos a mi última parada en Malasia, y Borneo. Y, tal como me pasó en Vietnam, el final fue la guinda del pastel. Escribo esto, que va a ser fraccionado, con una sensación física de amor al recordar aquellos días; con un sentimiento de añoranza, de gratitud, de sentimiento de pertenencia y de ganas de volver allí… a las Kelabit Highlands.

Para llegar a este lugar, lo mejor es volar (única manera, prácticamente, a menos que se quiera ir once horas por caminos supongo sin asfaltar, desde Miri y con alguien local que sepa por dónde hay que ir). Desde Miri salen aviones para un total de quince personas un par de veces a la semana, así que conviene reservar con antelación ida y vuelta, porque… en Bario, la capital de la región, no hay internet. Ni teléfono. Yo había leído ya cosas sobre este remoto lugar, como que es un sitio para desconectar (por razones obvias), donde la hospitalidad de los Kelabit es la mejor virtud de la zona. Por eso me atrajo tanto. Quizá porque, de no tener tiempo suficiente, la gente no llega hasta aquí en sus vacaciones. A todo esto, os preguntaréis quiénes son los Kelabit, con ese nombre casi de pueblo de El Señor de los Anillos…

Pues bien, los Kelabit son uno de los grupos étnicos minoritarios de Sarawak. Son aproximadamente unos 7000 y la mayoría emigraron de la zona (que cuenta con unas veinte poblaciones); se calcula que quedan en la madre patria unos 1200. Que nadie se espere gente con taparrabos; los Kelabit prosperaron, tienen estudios universitarios (por eso lo de emigrar a otras ciudades mejor conectadas). Los que quedan por la zona suelen dedicarse a la agricultura y ganadería (cultivo de arroz, de frutas -piña, sobre todo-, crianza de búfalos… ) y, aunque tradicionalmente se los conoce por sus megalitos (y por ser “headhunters”, que ya sabéis de lo que va), atrás quedaron esos tiempos de religiones animistas. Ya no confían solo en los augurios de los pájaros o de los sueños antes de emprender un viaje: hoy son mayoritariamente cristianos protestantes. Y muy religiosos, de hecho. Esto hizo que también cambiase un poco el sistema de jerarquía social que tenían (divididos entre clases alta, media y baja). Se les conoce por ser buenos bailarines, por su cordialidad, simpatía, hospitalidad, por sus tradicionales longhouses (de las que ya os hablé) y su sentimiento de comunidad y familia.

Un mito popular entre los Kelabit es que los humanos provenían de las tierras altas (highlands), hasta que una gran inundación cubrió toda la Tierra. Muchos tuvieron que construirse balsas para sobrevivir y encallaron en dichas tierras altas. Y por eso los Kelabits se quedaron allí arriba.

Esto es lo que yo sabía antes de ir. Decidí que quería conocer a esta gente y me arriesgué a dedicarles una semana entera de mi tiempo. Intuitivamente. Sin vuelta atrás. Y si no me gustase, me dedicaría a leer, a pasear o a la vida contemplativa. Comprados los billetes de avión y sin haber reservado alojamiento, dando por hecho que la carencia de internet en Bario sería sinónimo de ir a pata a buscar dónde dormir, allí que me planté.

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Pero lo que me encontré al salir del aeropuerto (que no era más que una salita de andar por casa) no fue lo esperado. Pensé que habría taxis en la entrada, ya que se hablaba de Bario como “capital”. Pero me encontré en medio de la nada, verde a la izquierda y verde a la derecha, y sin taxis ni nadie acosándome para que me montase en su coche. Los otros catorce del avión se habían largado inmediatamente. Así que, pensando que de alguna manera tenía yo que poder llegar a la civilización, me acerqué a la casa de comidas de enfrente del aeropuerto para preguntar. Me recibió una señora que parecía ya muy simpática, la primera persona con la que hablé. No sería la última vez, ni entonces sabía que se llamaba Joy. Pero allí estaba también un matrimonio de seniors con su hija, con el último coche que quedaba por allí, bastante grande, así que no pude sino lanzarme a ellos para preguntarles si conocían algún alojamiento, y si podrían llevarme. Su respuesta fue positiva a ambas cosas, por lo que, a pesar de que ya iba yo con un par de posibles nombres de sitios donde alojarme, sobre los que había leído, me dejé llevar. A donde quisieran y considerasen depositarme. Me cobrarían por el trayecto, y además en la comunidad tienen estipulado cuánto, pero es que la ciudad está a un paseazo largo del aeropuerto, así que me alegré mucho de haber conseguido pillar el último coche que había quedado por allí. Mis salvadores me empezaron a contar que en un futuro tenían planeado empezar con el negocio del hospedaje, y de hecho pasamos por la casa que se estaban construyendo con ese fin. Eran muy simpáticos, y creo que la señora era china. ¡El caso es que cruzamos todo Bario en coche! Me señalaron dónde estaba la Iglesia, la escuela, el mercado, y la casa donde había conexión a internet. ¡Todo parecía tan tranquilo y soleado! Y las casas, de lo más normal, nada de miserias. Aquel altiplano verde, lleno de campos de arroz y rodeado de colinas me pareció de lo más alegre. Y, por fin, ¡llegamos a donde vivían ellos! Se bajó el señor y llamó a la dueña. Aquel lugar se llamaba Bario Valley homestay y la señora, rozando los sesenta años, apareció por allí y me ofrecieron un precio, que venía con todas las comidas incluidas. Me pareció un poco caro, así que me lo bajó un poco y acepté por aquella noche, para empezar. Al menos ya tenía donde dormir… y si quería cambiar, seguramente podría encontrar algo.

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Me bajé del coche, agradecida a mis salvadores y cogí mi mochila para entrar en la casa, de madera, cuando apareció otra mujer. Tenía más de sesenta años, pero era especial: tenía los lóbulos de las orejas dilatados, muy dilatados. Le colgaban graciosamente, sin pendientes ni nada. Llevaba un pañuelo atado a la cabeza y sonreía. Me pareció que me transmitía una sensación de acogida que me gustó mucho, y las seguí al interior. Y entonces me explicaron que yo me iba a quedar a dormir en otra casa: la de la señora de los lóbulos dilatados, pero la otra señora, su prima, era quien me iba a alimentar en el Bario Valley homestay. Y, a la que entré en la casa, entre contestando a preguntas de las dos sobre mí y mi viaje y observando cómo se reía de contenta la señora de las orejas, me di cuenta de que aquella no era una casa normal, sino que mis salvadores me habían traído a una longhouse. Era la longhouse original de Bario: el sitio que ver por antonomasia. Y no solo ellos habitaban allí, sino que habían sido artífices de que también yo tuviese aquella experiencia: la de vivir en una longhouse de verdad. Me sentí ya afortunada por cómo había fluido todo y ya poco me importaron los nombres de los otros homestays de Bario: aquel lugar me dio buena espina, con aquellas señoras, que vivían la una al lado de la otra. Hablaban inglés y, ¿queréis saber sus nombres? Bulan (la primera, la que mejor inglés hablaba) y, bueno, ya os explicaré el tema de los nombres en los Kelabit, pero a la segunda mujer, la más auténtica, la vamos a llamar por su nombre de soltera: Supang.

Fotos de Mandarinaparlante.

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Una respuesta a Kelabit Highlands: de los Kelabit y mi llegada

  1. usebiete dijo:

    Pues ya estás escribiendo la continuación, que nos tienes sobre ascuas.
    Un besazo,

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